Esta semana, maquinaria pesada israelí ha derrumbado sin pudor parte de una aldea palestina: buldócers frente a chozas y tiendas de campaña. Imagen que resume, de un vistazo y sin matices, la situación de Palestina. 30 familias, unas 180 personas, están a la espera de una decisión de los tribunales después de que, tras la protesta, se haya paralizado el derribo de unas casas en las que vivir ya era todo un reto. Israel, la fuerza de ocupación, limitaba el acceso al agua y a la electricidad a la población.
Apenas hoy he decidido reabrir el cuaderno de notas del reciente viaje a Palestina para buscar el nombre de aquel pueblo beduino que, nos informaron, iban a demoler: Khan al Ahmar. Se ha cumplido el desolador aviso.
Lo duro del viaje, lo complicado del regreso y la envoltura de la rutina apenas me han dejado volver a las notas. Que sean muchas y dolorosas también frena el ímpetu de repasar lo que escribí, a veces sentada, otras andando, en el microbús, en el instante, o al rato, tras asimilarlo; con varios bolígrafos, en libretas llenas y en hojas sueltas, también en el móvil.
Entre los días 20 y 27 de junio, he visitado Cisjordania formando parte de una delegación organizada por la oenegé Sodepaz. En las notas de prensa que se han enviado a los medios, constatábamos la vulneración de los derechos humanos de la población palestina por parte del Gobierno de Israel. Lo de Khan al Ahmar es, lamentablemente, un ejemplo más.
Nada más aterrizar, una noticia golpeó al grupo: la detención Wael Alfaqeeh, el agradable guía que nos acompañó en Nablus, tras visitar el centro cultural que dirige, Tanweer, que trabaja con la juventud y lucha contra la expropiación de terrenos a la población palestina. «Vuestra visita nos da esperanza», nos dijo. Al ser una detención administrativa, se desconocen los cargos que se le imputan, por lo que Alfaqeeh no podrá acceder a una defensa legal ni a un juicio justo, quedando así al arbitrio de los tribunales militares israelíes.
Al abrir el cuaderno para buscar el nombre de la comunidad beduina, he releído frases que, por su contundencia y dignidad, estrujan mi estómago y hacen temblar a mis dedos frente al teclado. Como ésta de Munther Amirah: «Nuestra fuerza viene de nuestros derechos. Nunca puedes decir que no hay tiempo suficiente. Tenemos que tomarnos nuestro tiempo, respirar y ver cómo cambiar las cosas».
Amirah, por cierto, acaba de salir de prisión tras cumplir una condena de seis meses por participar en una manifestación pacífica que pedía la libertad de Ahed Tamimi, encarcelada con tan solo 16 años, y de su madre, Nariman Tamimi, detenida cuando iba a visitarla. «Una vez más, las autoridades israelíes están respondiendo a las protestas pacíficas con encarcelamiento arbitrario», ha dicho Amnistía Internacional. Este organismo también ha criticado de manera pública la detención de niñas y niños: «La detención y el juicio de Ahed Tamimi en un tribunal militar es un ejemplo de la discriminación institucional típica del trato a los niños palestinos que participan en el activismo y muestra cómo Israel está violando sus obligaciones internacionales de derechos humanos con los niños».
Otra de las sentencias de Amirah también la tengo subrayada: «Soy palestino y vivo en campo de refugiados, pero cuando voy a Hebrón pienso que no sé cómo pueden vivir allí».
Y es que, la dureza a la que se enfrenta a diario la población palestina de Cisjordania está atravesada por múltiples formas de opresión, exclusión o discriminación. La situación es similar pero las estrategias de acoso varían según si eres beduina, vives en Jerusalén, estás presa, tienes que cruzar un checkpoint a diario, Hebrón es tu ciudad o has nacido en un campo de refugiados. «Bajo este sistema existe una jerarquía de opresión entre los ocupados o colonizados: lo de Gaza es peor que lo de Cisjordania, Cisjordania es peor que Jerusalén, Jerusalén es peor que Nazaret [ciudad que forma parte del Estado de Israel desde 1948, pero donde sigue viviendo población palestina]. Pero todos estamos bajo la ocupación» , nos dijo Budour Hassan, trabajadora de Jerusalem Legal Aid and Human Rights Center.
Hebrón es, bajo mi perspectiva, la situación más aberrante, inhumana, asquerosa y cínica de la ocupación ilegal de Israel. No incluyo Gaza, porque no hemos podido visitar la franja. En Hebrón, otrora pulmón comercial de Palestina, tuvimos como guía a Badee Dwaik, quien coordina a un grupo de personas que se dedica a grabar los abusos de los soldados israelíes en la ciudad para difundirlos en redes sociales.
También acaba de ser detenido -de hecho, he tenido que editar el texto justo cuando iba a publicarlo, porque la realidad palestina va aún más rápida que los tiempos mediáticos; siempre hay un nuevo atropello que denunciar-, junto con otras personas activistas palestinas y de otros países, por grabar cómo se está construyendo un nuevo asentamiento en la ciudad de Bani Na’im, cerca de Hebrón. Por supuesto que es ilegal, igual que todas las colonias israelíes que se extienden por Cisjordania: la Convención de Ginebra prohíbe el traslado de población civil a un territorio ocupado. Pero las órdenes de demolición sólo llegan para las aldeas beduinas.
La vuelta está siendo dura por comprobar, ahora desde la distancia, pero con la cercanía que en ocasiones ofrecen las redes sociales, cómo «el derecho de sobrevivir no está garantizado», como nos dijo Budour Hassan, quien buscó palabras muy descriptivas para explicar la situación del pueblo palestino: limpieza étnica, apartheid, hegemonía o dominación.
La tristeza de lo visto, de lo anotado, de lo que nos llega ahora a través de las redes es sobrepasado por la dignidad de las gentes palestinas. Munther Amirah cree que hay tiempo para que las cosas cambien: «El objetivo es dar sentido a nuestras vidas, lograr la libertad».
«No queremos ver el papel de la comunidad internacional sólo como solidaridad y apoyo. Necesitamos socios. Es un deber y una responsabilidad, porque nadie puede ser libre si yo pierdo mi libertad», nos interpeló Bassem Tamimi, el padre de Ahed y el esposo de Nariman, quien también tiene otro hijo en prisión; los tres por resistir pacíficamente a la ocupación.
Es hora de transcribir mis notas y compartirlas, porque sólo entré para buscar un nombre y he encontrado muchas sentencias y varios ejemplos que nos deben interpelar. Como ésta de Suha, una de las usuarias del centro de cultural que dirige Alfaqeeh: «Seguiremos resistiendo como el aceite de oliva».
[Este texto fue publicado inicialmente en el blog de la redacción de Pikara Magazine]