- Las jugadoras de la selección de fútbol han luchado no solo para dignificar su profesión, sino para desmontar una estructura de poder que las ha ninguneado, violentado, minusvalorado, maltratado y amenazado. También por no dejar sola a una compañera.
(BILBAO). Aquel ya lejano 20 de agosto, dieron una lección de fútbol. Jugaron de maravilla, como casi siempre, y ganaron un Mundial, como nunca antes. Esta victoria, que puede parecer anecdótica para quien no siga acontecimientos deportivos, ha sido una brecha en un mundo, el futbolístico, muy masculinizado. ¡Campeonas del mundo! Qué gusto escribirlo, qué bien suena cantarlo. ¡Campeonas del mundo! Desde los patios de los colegios hasta las horas de retransmisiones en casi todas las emisoras de radio, el fútbol practicado por hombres ha sido una religión incuestionable y en ocasiones excluyente. Las niñas carecían de espacio para jugar al fútbol en el recreo (ahora tal vez un poco menos) y los medios de comunicación invisibilizaban las victorias femeninas (aún lo hacen, pero tal vez un poco menos). ¡Qué bien suenan estos verbos conjugados en pasado!
Gracias a las campeonas.
Este agradecimiento resulta escaso si no menciona la dura lucha colectiva y sindical que han emprendido las jugadoras. De hecho, ese es el mayor agradecimiento. No solo para dignificar su profesión (quizás sería mejor decir para lograr tener una profesión), sino para desmontar una estructura de poder que las ha ninguneado, violentado, minusvalorado, maltratado y amenazado. Porque la agresión que sufrió Jenni Hermoso cuando recogía su medalla de campeona del mundo ha sido la punta de un iceberg que llevaban años señalando. Su respuesta colectiva, sus comunicados grupales, sus todas a una han sido una lección para la sociedad, un magnífico gesto no solo de sororidad, sino de solidaridad. Luchan, se plantan y ponen en juego su trayectoria por las que vienen detrás. Lo hemos visto, pero también lo han dicho ellas.
“Si esto le sirve de guía a las niñas, habrá merecido la pena”, ha afirmado Alexia Putellas.
“Tomamos la decisión de quedarnos [en la convocatoria de la selección] porque creemos que es lo que tenemos que hacer para que los acuerdos se lleven adelante y para que esto vaya avanzando. No solo por nosotras, también por la sub-23. Si no hubiéramos estado nosotras, se habría pasado a ellas. Es pasar una bomba a gente que quizás tenga menos experiencia y se pueda complicar más”, ha explicado Irene Paredes.
“El fútbol es un reflejo de nuestra sociedad, otro de los motivos que a nosotras nos empujaban a continuar con esta denuncia de tolerancia cero es que no queremos que se da en la sociedad. No queríamos marcar el precedente de ponerse de lado”, ha ampliado Putellas.
“Tenemos el altavoz para poder hacerlo, pero tenemos muchas compañeras, mujeres en sus trabajos y en sus vidas, que están sufriendo casos similares y queremos que esto pueda ser un punto de inflexión donde puedan levantar la voz y erradicar todo tipo de situaciones”, ha subrayado Paredes.
Sus palabras han sido una muestra intachable de dignidad y de unión, de colectividad y de compromiso. Un aplauso a cada una de sus intervenciones en los medios, una ovación por cuidar a Jenni, un ole por su coherencia. Como la de Patri Guijarro y Mapi León, dos de las mejores futbolistas del mundo que no acudieron al Mundial, y se perdieron ser campeonas, por seguir sus principios. Gracias, también sois campeonas.
La contundencia de la protesta de las jugadoras ha tambaleado a la Federación y también al Gobierno, que ha dejado de mirar para otro lado, como había hecho hasta ahora; los cambios han empezado, estarán atentas para que continúen y no sean mera fachada.
El educado grito de rabia de las futbolistas ha recibido el apoyo y el elogio de compañeras de otros países, la capitana de Suecia, el equipo número uno en el ranquin oficial, incluso se ofreció a boicotear un importante partido si hacía falta. “Es una lucha global”, ponía la pancarta que compartieron la selección española y la sueca en un partido en el que las campeonas volvieron a ganar, a pesar del estrés, de la presión y del señalamiento al que estuvieron sometidas durante semanas: fueron obligadas a acudir a un lugar al que dijeron que no quería ir, ¿no habían entendido lo del consentimiento a raíz de la agresión a Hermoso? Aun así, ganaron, porque son unas profesionales. Gracias, campeonas; aunque podríais haber perdido y seguiríamos estando agradecidas.
Todo lo ocurrido desde aquel 20 de agosto, que es prácticamente inenarrable por la cantidad de detalles a cada cual más grotesco, es todo un ejemplo práctico del porqué de la lucha feminista y de su importancia. También es un grosero ejemplo de cómo opera el patriarcado y el machismo y cómo los casos de violencia suelen tener patrones. Solo un ejemplo, porque este artículo más que de enfado es de agradecimiento: a una mujer agredida no se la aparta de su puesto de trabajo. Y a Jenni Hermoso no le han permitido jugar con sus compañeras. Ellas, como equipo que son, la llevaron consigo, en sus muñequeras escribieron su nombre. Gracias, campeonas.
Posdata. Hace unos años, cuando la selección femenina de baloncesto ganó una medalla en un mundial (otras campeonas que demuestran una y otra vez la importancia del trabajo en equipo), Ianire de la Calva escribió un precioso texto en Pikara Magazine, que ahora resuena más fuerte: “El deporte en equipo me ha enseñado (…) a entender la importancia de los roles para compensarse, para conseguir un equipo (…). Este equipo de gladiadoras son un ejemplo de superación, de trabajo en equipo, de garra, de modestia, y eso también cuenta como trabajo socialmente necesario (…) La cultura cambia el mundo pero también lo cambian los referentes; sentirte identificada hace que puedas aterrizar tus sueños en una realidad posible”.
Vamos, que la lucha en equipo y con amigas siempre es más bonita. Gracias, campeonas.
[El artículo completo está publicado en Pikara Magazine]