Ser periodista freelance suena bonito, como una mezcla entre moderno y bucólico. Practicar «la profesión más hermosa del mundo» -cada vez tengo más dudas- en tiempos que exigen rapidez, habilidad, manejo de diferentes lenguajes y formatos es en muchos casos una lucha contra una misma, contra el sistema mediático, contra las tarifas y, a veces, contra la mala uva de compañeros.
Sí, porque a nosotros, a Jairo Marcos y a mí, Ximena Marín, cuyo nombre ocupa hoy varios titulares (siempre me ha parecido un horror que alguien periodista sea protagonista) por inventarse entrevistas, nos la jugó hace dos años.
Tras algunos primeros trabajos para La Tercera de Chile, nos aceptaron una entrevista con Pablo Iglesias, persona del momento en la política española tras los buenos resultados de las elecciones locales y autonómicas de 2015. Su equipo de prensa nos aceptó la entrevista, pero tendríamos que esperar algún tiempo porque, ante la vorágine mediática en la agenda del líder de Podemos, los medios foráneos debían esperar. No había ningún problema. No nos gustan las informaciones de última hora, ni tampoco nos parece fundamental llegar los primeros. Optamos por contar las cosas bien, de manera reposada y contextualizada. Como aprendimos de Paco Gómez Nadal, «queremos contar los procesos, no los sucesos».
A la espera estábamos, mientras escribíamos de ríos e informábamos sobre el Canal de Isabel II, tema que también se puso de moda tiempo después, cuando recibimos un mail con un claro tono de enfado de la anterior jefa de prensa de Pablo Iglesias-digo enfado por no decir en tono acusador, ahora que releo los mails-: La Tercera había publicado una entrevista con el político, que nunca se había producido, decía, firmada por Ximena Marín. ¿?
No teníamos ni idea. Era la primera vez que escuchábamos el nombre de esta periodista. Escribimos al periódico y le contamos la información que nos había llegado. La entrevista, nos dijeron, se había publicado porque el editor de otro medio chileno había recomendado a Ximena Marín. Hicimos de intermediarios entre ambas partes, prensa de Podemos y medio, sin tener nada que ver: está claro que los perjudicados éramos nosotros porque habíamos perdido un trabajo y no estaba la cosa (ni está) para desperdiciar temas. Desde un lado mostraron inquietud, desde el otro, alucinaron. Nosotros estábamos en medio, porque no sabemos por qué razón no hablaron directamente ambas partes. Y tuvimos que andar pidiendo disculpas, defendiendo nuestro proceder y asumiendo que habíamos perdido un tema.
Dos años después, pasando el rato muerto en Twitter, un retuit de Xavier Aldekoa nos devuelve el nombre de Ximena Marín: la profesión estaba conmocionada en Chile, varios medios españoles se han hecho eco de los inventos… ¿Reímos o lloramos?, ¿el tiempo pone a cada quien en su sitio?
Lo que está claro que la mala praxis de una persona -me niego a llamarle compañera- nos golpeó; y no fue una anécdota. Varias malas praxis, que coincidieron en el tiempo, de varias personas de la profesión -éstas con mucho más nombre- también nos afectaron. ¡Qué falta haría un poco más de corazón en el periodismo, como dice Jairo Marcos! ¡Hasta para escribir emails! Amarramos el barco, pero seguimos caminando despacito y por carreteras secundarias, porque no tenemos ningún interés en llegar los primeros.