(SANTA CRUZ, BOLIVIA). El futuro viste de página en blanco y el Periodismo, su primo hermano formal, lleva traje de bloc cuadriculado. Todo universo entra en una cuartilla, siempre al amparo de un compás a tres tiempos. Aunque ronda por pretéritos y mañanas, el Periodismo vive exclusivamente del presente, del instante fugaz. Lo prefiero cuando no es el territorio de la nostalgia, sino de la esperanza. Los escribientes nos limitamos a hacer de intermediarios entre el allende y el aquende. Importa que alguien sea testigo para, melódico y honesto, susurrárselo al oído del inmaculado. Cierto, da miedo. Pero me gusta redactar despacio, saborear toda su aprensión. Para qué la prisa del progreso si a las letras ya sólo les espera el propio placer de esperar y contar. Es con lo que tenemos que escribir; no con lo que sería o podría haber sido, si fuese. Tanto pueden las palabras con que sólo cambie su ordenación, que da rabia cuando pierdes aquellos ojos, aquel gesto encomiado para hacer historia pero condenado a no hacer nada. Vergonzosa, la señora Graciela no quiso regalarme su mirada. No puedo más que preguntarme a qué velocidad escapó aquella historia.