Tras ayudar a las víctimas y acompañarlas en su duelo, una de las tareas más acuciante consiste en apostar por un modelo de ciudad o de pueblo amable, por un urbanismo que no desangre los territorios, sino que conviva con ellos, que entienda sus dinámicas, incluidas las crecidas de los ríos.
(BILBAO). Han pasado taitantos días desde la depresión aislada en niveles altos (la explicación técnica que esconden las siglas DANA), un fenómeno hasta no hace mucho conocido como gota fría. Taitantos días y el barro continúa anegando no solo las callejuelas, plazas y recovecos de tantos municipios arrasados, sino también las declaraciones de quienes se afanan en arrojarse incompetencias y responsabilidades.
Barro, ese lodo que se forma en las calles cuando llueve (segunda acepción del DRAE, el Diccionario de la Real Academia Española). Y entre el barro se acumulan las víctimas, en un conteo que supera ya los dos centenares de personas. Y detrás de cada número, un nombre con sus apellidos, sus allegados y seres queridos, las amistades, las cosas por hacer, ilusiones y fracasos, enfados, tristezas, alegrías, vivencias, buena gente, mala gente, individuos y familias enteras, seres humanos. Barro.
Barro, cosa despreciable, nonada (sexta acepción del DRAE). Y entre el barro se acumulan los bulos, a una velocidad que supera cualquier desmentido posible. Y por cada desinformación, tres pasos más hacia el ocaso del periodismo y de la democracia: la voladura de presas como política de hechos consumados; más muros, por favor, que el agua de los ríos se desperdicia en el mar; ¿la emergencia climá…qué? Barro.
Nada nuevo
Duele ver cómo malvive estos días la Comunidad Valenciana, cómo partes de Castilla-La Mancha y Andalucía apenas se las apañan. Cuesta asimilar tanta muerte, tanta destrucción, tanta tragedia y desamparo. Y se hace difícil escribir. Hacerlo taitantos días después de la tragedia corre el riesgo de repetir lo dicho y, sinceramente, este artículo no va de novedades. Nace viejo. Pero no viejo de hace un rato ni tampoco de hace unos días, sino viejo de hace años, pues hay quienes llevan tiempo, mucho tiempo, estudiando el avance de la emergencia climática. Personas expertas a quienes las consecuencias de la gota fría han pillado por sorpresa, pero no tanto; expertas y no adivinas, sus argumentos se fundamentan en la ciencia y no en las mentiras ni en las banderas.
“España debe modificar el uso de su territorio para reducir el riesgo de inundaciones”. Así de contundente fue en 2018 Jorge Olcina, presidente de la Asociación de Geógrafos Españoles, en un congreso organizado por la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA). Seis años han transcurrido desde aquello. Y no era la primera vez que Olcina lo advertía. Tampoco fue la última; justo un año después, en una entrevista publicada en Climática, afirmaba que “todo el litoral mediterráneo es una región de riesgo y sabemos que con una determinada frecuencia se producen fenómenos de esas características. Sabiendo que es zona de riesgo, la gota fría ya se puede producir en cualquier época del año”.
También lo advirtió ante las cámaras de televisión Mónica Oltra cuando era vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, allá por 2020: “El epicentro del cambio climático es la zona mediterránea, y en particular el Golfo de Valencia. A medio plazo nos tenemos que plantear buscar realojamientos para esas personas porque, si no, a la próxima a lo mejor lo que recogemos son muertos”.
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