El boicot es el mandato de una comunidad que lleva décadas viviendo un apartheid y la violación en su territorio de las leyes internacionales sin que ningún país haga nada.
(BILBAO).
A veces pasa algo que, no sabes por qué, desata un todo. Un hecho que bien podría ser aislado o pasar desapercibido recibe un empujón definitivo y una resonancia imparable. Las manifestaciones en defensa del pueblo palestino que solicitan que no violen sus derechos llevan décadas recorriendo muchas esquinas del planeta. Las resoluciones de Naciones Unidas que declaran ilegales los asentamientos colonos en Cisjordania tampoco son nuevas. El movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) nació hace 20 años. Pero ha tenido que ser una vuelta ciclista la que sitúe en el mapa mediático mainstream la importancia del llamamiento del pueblo palestino. Ese algo venía de muchos todos previos ignorados.
Omar Barghouti, cofundador del movimiento BDS, recuerda que la campaña es una petición que surge de Palestina y que ha sido acogida por personas y colectivos de todo el mundo desde hace dos décadas, pero está costando un genocidio para que llegue a los medios de comunicación masivos y a la conversación pública. En 2018, en una reunión en un hotel de Ramala, Barghouti insistió en que el BDS es mucho más que un boicot a los productos elaborados bajo ocupación o a eventos que usa Israel para lavar su imagen. “El BDS es un movimiento no violento que también trabaja el derecho al retorno, el fin de la ocupación y del apartheid”, contaba el activista por los derechos humanos.
“Creo que el BDS es la estrategia más efectiva de solidaridad con la lucha palestina por la liberación (…) es lo que el consenso palestino ha pedido”, ha dicho recientemente en una entrevista publicada en El Salto.
Vamos, por si sigue habiendo personas despistadas, boicotear una competición deportiva, un supermercado, un producto, una marca, un evento cultural no es un capricho, es un ejercicio de solidaridad y la única herramienta que tiene la sociedad civil para tratar de evitar que continúe el genocidio. Porque cuando los gobiernos miran para otro lado, los pueblos recuerdan que el horror no puede ser tolerado. No puede ser que Israel arrase la Franja de Gaza, construya nuevos asentamientos colonos ilegales en Cisjordania, detenga a gente de manera arbitraria y sin cargos, destruya casas palestinas, evite matrimonios en Jerusalén, meta a niñas y niños en prisión, impida que la población recolecte sus aceitunas, que circule por sus calles, que pesque en sus aguas, que vaya al hospital, que circule por carreteras, que plante, o que duerma tranquila.
Quien haya visitado la Franja de Gaza o Cisjordania en alguna ocasión sabe que lo de genocidio no viene del 7 de octubre de 2023, aunque ahora ya es incontestable. El Estado de Israel, con su maquinaria propagandística y sus alianzas asesinas, lleva décadas haciendo la vida imposible a la población palestina para que se vaya y poder campar a sus anchas: que si cada vez que sales de tu casa suena una alarma enorme, que si te tiro aceite hirviendo y basura, que si te obligo a hacer enormes rodeos para ir de un pueblo a otro, que si no te dejo ir, que si te disparo, allano tu casa, la tiro, no te doy licencia de obras para arreglarla, que si no puedes tener en el aeropuerto un libro en árabe aunque sea tu lengua, que si te construyo un muro, que si siembro tu tierra de checkpoints, que si… Desde hace más de 70 años, Israel está tratando de hacer la vida imposible a la gente palestina a través del uso de la violencia en todas sus formas, para que se vaya y quedarse esa tierra.
Colonialismo de toda la vida, ahora con un ejército sin miramientos que usa el hambre como arma de guerra y bloquea la ayuda humanitaria. Pero el boicot a un equipo ciclista creado como estrategia de pura propaganda, y a la competición en la que participa, está muy mal, mientras el bloqueo de alimentos y medicinas qué más nos da, ¡qué podemos hacer nosotras!
Además del genocidio y de la violencia en sus múltiples dimensiones, más de las que se puedan imaginar, Israel tiene una gran maquinaria propagandística funcionando. El millonario vinculado a Benjamin Netanyahu que creó el equipo ciclista logró también, dinero mediante, que el Giro de Italia arrancara de Jerusalén en 2018. Justo un año antes, durante su primer mandato, Donald Trump reconoció a Jerusalén como la capital de Israel y estableció allí la embajada de Estados Unidos, rompiendo un consenso internacional de ser una ciudad bajo control internacional, es decir, que no pertenecía ni a Israel ni a Palestina. Aquella primera etapa del Giro no era casual. Como tampoco lo es la “venta” de Tel Aviv como un lugar gayfrienly, pero no para los palestinos, claro.
Y ante la inacción de los estados, la ciudadanía lleva décadas reclamando justicia, respeto a los derechos humanos y a la legislación internacional, pero a (casi) nadie le ha importado hasta que no ha podido finalizar una carrera ciclista. Y, en estos tiempos turbocapitalistas, la herramienta del consumo también está en manos de la ciudadanía. Boicot. Apunte: los estados también lo ejercen a través de los bloqueos económicos, ¡vaya hippies!
“Israel califica desde el 2015 al movimiento BDS como a una amenaza de primer orden, a la par de la amenaza nuclear por parte de Irán. Tiene un departamento específico en el Gobierno para combatir el BDS y hacer contrapropaganda”, contaba Omar Barghouti desde Ramala. Y se están consiguiendo logros. La web del BDS detalla algunos ejemplos. Parar una vuelta ciclista es uno de ellos. Casualidades o no, ese algo que es un todo de momento no para, ¡hasta Reino Unido ha reconocido al Estado de Palestina!
Tal vez un poco tarde esto de hablar de Estado con sus fronteras y esas cosas, porque los territorios palestinos están sembrados de colonias; de hecho, muchas personas palestinas lo ven como un imposible dada su realidad actual, salpicada de violencia, opresión e impunidad. “La ocupación fragmenta a las familias, que viven una pesadilla cotidiana solo para sobrevivir. El objetivo no es vivir una buena vida, es sobrevivir. El derecho a sobrevivir no está garantizado”, afirmaba también en 2018 la abogada palestina Budour Hassan. Y no hablaba de la Franja de Gaza, sino de Cisjordania y Jerusalén.
Desde 2022, Palestina sufre de manera “oficial” un apartheid, aunque el hecho discriminatorio era obvio desde hacía tiempo: en Cisjordania hay carreteras solo para colonos y calles en ciudades palestinas como Hebrón solo para judíos.
La Asamblea General de Naciones Unidas declaró en 1966 el apartheid como crimen de lesa humanidad, postura reiterada por el Consejo de Seguridad en 1984. El fin del apartheid en Sudáfrica se logró a través del boicot, que llevó décadas. De momento, el genocidio de Palestina ya es asunto de conversación, de protestas masivas, de reconocimiento del Estado y, por supuesto, de boicot, porque es lo que podemos hacer. Y dice también Barghouti en El Salto: “Estamos construyendo el poder de la gente para cambiar esta realidad, para evitar que vuelva a ocurrir, para detener el genocidio, para desmantelar todo el sistema de colonialismo de asentamiento y apartheid, para que esto no vuelva a ocurrir”. Y eso es tarea de todas.
[Lee aquí el artículo original, publicado en Pikara Magazine]

