(VIENA, AUSTRIA). Es fría, hermética, jactanciosa y, además, es Viena. Ciudad de cafés y violines avezados, la Viena de hoy vive de las ascuas de un pretérito demasiado remoto. Es sólo en el pasado, cuyas arrugas ocultan y protegen incluso la alegría, quizá al modo de esas viejas que usan el espejo no para mirarse sino para admirarse. Viena tiende indecisamente hacia la vida cómoda; no quiere problemas y compra tiempo como trabajo pagado. Las ascuas del ayer que son la Viena del hoy viven desplazadas en un rincón del liberalismo más extremo, dicho a la manera nietzschiana, en la «animalización gregaria» de aterciopeladas embajadas de cartón, edulcorados organismos internacionales sin azúcar, bancos trasnochados, hoteles con demasiadas estrellas y businessman del tres al cuarto. Hoy, que yo también me vendo, Viena es de papel y con papel se compra.