(LA PAZ, BOLIVIA). No es la primera vez. Tenía nombre (Takahiro) y apellido (Fujinuma), tenía la nacionalidad japonesa, 37 cortos y largos años, tenía teléfono y minutos más que sobra. Tenía ganas de todo, incluso de tragarse la vida a sorbos. Por tener, tenía hasta soledad. Tanta, que entre junio y noviembre telefoneó más de 2.600 veces al número de informaciones de NTT, compañía nipona de telecomuniaciones. Quiso matar al tiempo y las realizó una a una, dígito tras dígito, cual hojas otoñales desprendiéndose lentamente de sus ramas. Fujinuma no pasaba las horas, las sufría todas. La ausencia es, y tanto, que a veces llega a la desolación. Lo dejó escrito Heidegel, quien no tuvo tiempo de conocer a Fujinuma pero coincidiría en que no es posible mayor felicidad que la soledad acompañada. Takahiro Fujinuma pedía un amigo. El periodismo le regaló unas desalmadas líneas. La Policía nipona le detuvo. Debería ser la última.