(BABATI, TANZANIA). Tanzania es incómoda. Un oscurecer pronto y plomizo que no ofrece abrazos ni arrumacos de ningún tipo. Saborear ‘Tanzania’ es atragantarse con un país lejano que tiene cara de estar bostezando con la boca cerrada. No caben las carantoñas y sobran los motivos. Basta con entrar en ciertas oficinas para darse cuenta de que también aquí hay mucha gente repetida. Ya lo decía el sabio: sólo hay dos cosas infinitas, el universo (si nadie demuestra lo contrario) y la estupidez humana, que además es muy contagiosa. Adormecida por el goteo turístico y acomodada en la ayuda externa, Tanzania ofrece un discurso que, al ser sólo verdad a medias, es en realidad completamente falso. Más preocupados por la percepción que tienen de la realidad que por la realidad misma, sus líderes y gurús defienden un proyecto demasiado subjetivo como para no leer con preferencia en sistemas ajenos lo que en realidad responde a sus propias concepciones. Y si algo enseña Tanzania es no tener prisa. Después de todo, sólo hace 518 años que Colón llegó a América. Entonces, ¿para qué sirven las manchas del sol?