(BURGOS). Recuerdo cuando mi abuela colgaba en la pared el pequeño tractor verde. Aquellos veranos en la casa del pueblo, sentada en el banco verde de metal hasta la hora del rosario. Después vino el traslado a Burgos, los paseos, las partidas de cartas con mi abuelo por la noche, las croquetas de navidad que siempre se acababan. También recuerdo cuando guardaba silencio, cuando prefería quedarse como ausente, un despiste voluntario, a sabiendas de era la mejor de las opciones, en realidad la única ante una tormenta venidera. Pero sobre todo, mi abuela era una de las mejores personas a la hora de dejarse vacilar. Así empezó también lo de la furgoneta. Nunca me creyó del todo, pero en el fondo sabía que era verdad y cuando nos quedábamos a solas trataba de explicarme cómo quería pero no podía comprarme lo que tantas veces le pedí. Al final te has ido sin comprármela.