Una inmersión en las vidas desplazadas por las grandes represas hidroeléctricas del Estado español. Del derecho humano al agua a la generación de energía con el agua como materia prima de un desarrollismo muy doloroso.

Ahí abajo, en el fondo de las aguas embalsadas, yacen las memorias ahogadas de demasiados seres humanos, quizá 80 millones en todo el mundo, más de 50.000 solo en el Estado español. Precisamente ahí abajo, en los suelos pantanosos, la vida quedó sumergida ante la obligación de un sacrificio planificado por el bien común. Inundar pueblos es fundamental para el progreso, contaron. Es en el fondo de esas aguas embalsadas cuando el pasado se evaporó sin presente, presente que nace muerto al carecer de futuro, futuro que nunca será reparado si antes no es reivindicado.

Ahí abajo hay un abismo, la nada coloreada por un inmenso y manso manto azul de aguas acumuladas artificialmente, el no-lugar por excelencia de un modelo de desarrollo con prisas, apresurado, sin miramientos pero admirado. En términos humanos, un no-lugar repleto de memorias acalladas.

Ese ahí abajo se repite a lo largo y ancho de la geografía, de cualquier geografía, pero con especial énfasis de la española: con más de 1.200 represas de al menos 15 metros de altura, España es el primer país de Europa y el quinto del mundo en número absoluto de presas; el segundo del mundo en densidad de diques por kilómetro cuadrado.