Como las mujeres ya no vamos a desaparecer de las calles, ni de las plazas, ni de los medios de comunicación, ni de los libros, ni de las redes sociales, quieren que no seamos nombradas. Pero se les olvida que no hace falta que nadie nos nombre, nos nombramos solas.

 

(BILBAO)

Que no quieren que se diga alumnado.

Nada de usar ciudadanía.

Y, por supuesto, ¿qué es eso de hablar de personas?

Hay artículos que no se deberían escribir. Por obvios. Tal vez por absurdos. Este podría ser uno de ellos, pero dadas las últimas bravuconadas que tratan de prohibir a la gente una forma de expresarse, aquí va este alegato en defensa del lenguaje inclusivo.

Hace unos meses la Universidad de Barcelona renunció al lenguaje inclusivo, porque dicen que el masculino no excluye ni a las mujeres ni a las personas no binarias.

¿Seguro?

Este ejemplo es de 1986, del libro Cómo se enseña a ser niña: el sexismo en la escuela, de Montserrat Moreno, recordado por Lucía Martínez Odriozola en un artículo posterior.

—Los niños que hayan acabado la tarea pueden salir al recreo— dice la maestra.
La niña, quieta en su pupitre.
—¿Qué haces? ¿Por qué no sales?
Y la niña aprende que cuando la maestra dice “niños”, también se refiere a ella, a pesar de que es niña. Pero en otra ocasión, la misma maestra dice:
—Los niños pueden ir ahora al lavabo.
Y cuando ella se levanta, la misma docente le pregunta:
—¿Qué haces? ¿Adónde vas?

Las palabras crean imaginarios y representaciones. “El efecto del masculino genérico refuerza las formas masculinas, y el uso del masculino universal produce imágenes mentales masculinas”, ha escrito Mercedes Bengonchea, sociolingüista feminista y catedrática de la Universidad de Alcalá de Henares. En una entrevista en El Salto, la lingüista, investigadora, traductora y escritora mixe Yásnaya E. Aguilar Gil explicaba que las palabras son hechos que tienen efecto sobre el mundo y sobre las personas.

¿A quién no le chirrió escuchar a Jorge Vilda, extrenador de la selección española de fútbol femenina, decir “somos campeones”? Aquellos días de tantas lecciones, las jugadoras también dejaron claro lo simbólico y preciso que es en muchos casos el lenguaje inclusivo. Somos campeonas, Vilda, del mundo y ahora también de la Nation League.

Pero esto no es cosa de futbolistas de ahora, ni de niñas de los años 80 del siglo XX. Hasta el siglo XVI viaja Silvia Agüero para recordar que sus antepasadas gitanas fueron pioneras en esto de usar el lenguaje inclusivo. Una ley de Felipe II prohibía a personas gitanas andar juntas: “Y ahora somos informados que contra el tenor y forma de la dicha nuestra carta [la de sus católicos abuelos] muchos gitanos y gitanas andan vagando por estos nuestros reinos y por evadirse de las penas en la dicha pragmática contenidas andan juntos de tres en tres y cuatro en cuatro”. ¿Gitanos y gitanas? Pues sí. “Mis antepasadas eran tan rebeldes que les decían a los agentes de la autoridad: oiga usted, en la ley dice que no pueden ir más de tres gitanos juntos y aquí vamos dos gitanas y dos gitanos. Y tuvo Felipe II que recular y legislar, por primera vez en la historia, ¡utilizando el lenguaje inclusivo!”, recoge el artículo ‘Eludir la ley para poder ser’. Porque esto del lenguaje inclusivo es de larga práctica: sirva el típico “señoras y señores” o “damas y caballeros” de cualquier acto protocolario. Entonces, ¿por qué no usarlo en la administración, la educación o la justicia? A nadie extraña que se diga “médicos y enfermeras”, ¿por qué se usa el femenino como genérico para enfermeras si las mujeres que ejercen la enfermería están incluidas en “enfermeros”?

“Las palabras, como las metáforas del cartero de Neruda, son para quien las necesita y quien habla decide cuáles necesita. Dicho de otro modo, no hay norma académica que regule la intencionalidad de quien habla y se imponga sobre ello”, escribía Martínez Odriozola.

Hace ya 12 años la Real Academia Española publicó un informe que criticaba las guías de lenguaje no sexista elaboradas por comunidades autónomas, universidades y sindicatos. “Las normas las crean, y las crean normalmente desde arriba, no desde abajo, en contra de lo que se suele decir. El uso de la lengua es democrático, pero las normas no lo son, las crean desde arriba, nos las imponen”, decía en una entrevista Bengonchea, a raíz de aquel mediático informe. La catedrática recordaba que hay cuestiones que se cambian sin ninguna pedagogía previa, de la noche a la mañana, como la ortografía, mientras que el lenguaje inclusivo molesta.

¿A quién molesta que las mujeres aparezcan en el lenguaje? A quien quiere un mundo regido hasta el absurdo por prácticas patriarcales. Como las mujeres ya no vamos a desaparecer de las calles, ni de las plazas, ni de los medios de comunicación, ni de los libros, ni de las redes sociales (aunque muchas se hayan ido por la violencia machista que reciben o se las haya expulsado por denunciar violencias sexuales), quieren que no seamos nombradas. Pero se les olvida que no hace falta que nadie nos nombre, nos nombramos solas.

El lenguaje ha sido una cuestión de poder. “Los Estados, siempre temerosos de la desintegración territorial, se esfuerzan enormemente por crear diversos símbolos bajo los que congregar a su población, y, sin duda, uno de los más notables es la lengua”, escribe el traductor Aníbal Martín en un artículo en Pikara Magazine.

A pesar de los planes de igualdad, de los libros de estilo, la Universidad de Barcelona acaba de sacar la normativa de doctorado sin lenguaje inclusivo. La decisión de esta institución no es solitaria. El Gobierno de Javier Milei, el de la libertad, también ha tomado el rumbo de prohibir a la gente expresarse como considere adecuado. Recoge el Boletín Oficial que la Administración argentina opta por el “el uso correcto del idioma castellano” porque “cualquier desviación o desnaturalización” del idioma “puede inducir a interpretar erróneamente lo que se desee disponer u ordenar”, informa El País. ¿No se podrá usar alumnado?, ¿ni enfermería?, ¿ni equipo médico?, ¿habrá que citar siempre a enfermeros?, ¿y qué pasará con las amas de casa?

Pensar que el lenguaje inclusivo es decir damas y caballeros, niños y niñas, o personas no binarias o no binaries es pensar poco, acaparar mucho. Creer que por normas disparatadas nos vamos a callar, nos van a esconder o vamos a dejar de gritar es tan anacrónico como el masculino genérico. Damas y señoras, nómbrense, que nadie nos va a borrar del lenguaje. Como alertaba la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, premio Cervantes 2021, el lenguaje no puede ser una manera de encierro.

 

[Lee aquí artículo completo, publicado en Pikara Magazine]