(LA PAZ, BOLIVIA). Olvidé pisar las gradas la tarde en que me harté de que todos los partidos fueran el partido del siglo, de que cada joven gambeteador fuera el nuevo Pelusa y de que, esta vez sí, el nosotros iba a ganar al ellos. Muy de cuando en vez, el adulterio me comete. Acá en Bolivia, donde las escuadras tienen nombre de libertador (Bolívar), de fiera (el Tigre), de punto geográfico (Oriente) y de profesión (los aviadores), el negocio consorte se vive de otra manera. La FIFA ha vetado los encuentros a más de 2750 metros sobre el nivel del mar. Será que los 2749 ya no hacen mal alguno. No imagino a esta señora clausurando los estadios de Noruega por el gélido frío bajo cero, los de Brasil por el sofoco, los turcos por la fiereza de su hinchada ni los de Italia por varar su flota tras el arquero. Al final, eso que llaman fútbol será sólo cuestión de números. Porque en este país, en aquel y en el otro, corbatas, guapos y dinero llenan la taquilla.